sábado, 28 de noviembre de 2009

Infancia Bakala

Basta trasladarse una década atrás y situarse en un barrio del sur de la capital, y podríamos ver a unos preadolescentes matando el tiempo en uno de los mejores juegos que la imaginación traumática ha generado en toda la historia. Los sujetos en cuestión éramos mis amigos y yo, y el maravilloso pasatiempo eran ‘Las Peleas Techno-House’ y ‘La entrada Sonique’. Seguro que si leen este artículo, se echarán unas risas, recordando los viejos tiempos que nunca volverán, aunque cosas como esta es mejor que sea así.

Antes de relatar estas macabras prácticas, intentaré poner en contexto a la gente, que por motivo de juventud, incultura o pasotismo, el título del post le deja indiferente o no tenga ni zorra idea de por donde van los tiros. El caso es que, allá por el año 1999, La Cubierta de Leganés (plaza de toros multiusos), pasó de englobar corridas de toros y conciertos, a ser un foco de venta y consumo de todo tipo de drogas en las macrofiestas electrónicas que empezaron a emerger allí. Creo recordar que los pioneros de la explotación de este lugar fueron los peligrosos, pero muy amados por los bakalas de la época, Techno-House Festival. Luego llegaron infinidad de fiestas, las inolvidables Radical, Teknopolis, Megapanic, incluso alguna de buena calidad como la Bacardí Ministry of Sound (8 de mayo de 2004) o el set de Tiësto (en el 2005). Fracasos que traumatizaron a más de uno también los hubo, como una fiesta de la In, a la que asistieron 100 personas (de los cuales 70 eran trabajadores) o el intento de resucitar el Techno-House en el 2001. Pero la esencia, la agresividad y la delincuencia en estado puro, residía en las originales sesiones del ya citado Techno-House. Toda clase de bandas callejeras, mafias y sicarios en potencia se daban cita en el ruedo y las gradas en esa plaza de toros en fechas señaladas, más o menos, 1 vez al mes. La droga campaba a sus anchas en todas sus formas, y el grotesco espectáculo que implicaba ver cadáveres bailando con las mandíbulas en Huelva, eran dignos de algún estudio sociológico que otro. Como ex-bakala pacífico que fui, solo puedo confirmar fiestas del año 2001 en adelante, dada mi corta edad, pero de esto precisamente, y volviendo a la raíz del tema, es de lo que NO trata el artículo.

La época de 1999 a 2001, cuando con 14 años, lo que hacíamos era jugar a Rescate y comprarnos una Coca-Cola después del partidito de fútbol. Tiempos quinquis nos acechaban, pero antes se respetaba nuestra inocencia un par de añitos más, no como ahora, que con 12 años, la gente ha sufrido 2 comas etílicos, tiene 1 hijo e incluso se ha divorciado 3 veces. A nuestro alrededor, voces nos hablaban de lo que acontecía en aquella plaza demoniaca, y a unos niñatos como nosotros, todo lo que conllevara música a todo trapo, luces de colores y sitios masificados, molaba. Y es aquí es cuando llega el origen de nuestro jueguecito, al estar tan frustrados de no poder asistir a esos eventos que debían de ser la re-ostia. La casa de uno de nosotros era la elegida como lugar de ceremonias, siempre elegíamos la de Fer, porque sus padres nunca estaban en casa, y creedme, que lo que acontecía allí, no era plato de gusto de ningún padre, por muy progresista y hippie que fuera.

Inicio pues con la más popular de las dos variantes y la que más nos gustaba: PELEAS TECHNO-HOUSE. La casa de Fer, se convertía en una pista de baile (en realidad había 2, el salón y su habitación), y la cosa empezaba moderadamente tranquila, eso si, con la música al máximo posible. Más de dos y tres veces, vinieron los vecinos de enfrente o los de arriba a comprobar si había que llamar a la policía o simplemente a los loqueros. Los 7 u 8 tios que éramos (a veces se colaba alguna tía, pero no era lo normal, y además solo había 2 en el grupo), empezábamos a bailar desenfrenadamente simulando estar en La Cubierta. Nuestra imaginación era tal, que las sacarinas simulaban drogas de diseño y el azúcar alguna que otra raya de coca. Y poco más tarde, zas! un pequeño empujón o una mirada que durara mas de segundo y medio, era la señal que todos esperábamos para empezar a darnos ostias como panes. Valía casi todo, puñetazos y patadas, usos de desodorante y mechero como arma (lanzallamas vamos), e incluso la espada de la boda de los padres de Fer. Si caías al suelo, estabas bastante perdido, porque recibirías la cólera de todos en forma de lluvia de patadas. Yo era un ser pequeño, enclenque y de baja masa corporal, cosa que me aventajaba a veces, porque se apiadaban de mi, pero otras veces no corría la misma suerte. El que más recibía candela era Alvaro y el que más la repartía, el dueño de la casa. Los cinturones como arma blanca también estaban a la orden del día y os puedo asegurar que dolían de verdad. Moratones y arañazos eran los resultados de nuestras horas de diversión, que aunque la gente pueda decir que estamos locos, yo se de unos que hacen lo mismo y tienen un programa en la MTV, los famosos Jackass. La gran batalla campal terminaba cuando aparecía algo de sangre (recuerdo un puñetazo que le di a Fer en la mandíbula...dios que reguero rojo se formó), porque era algo serio y no molaba tanto, o más a menudo, cuando algún objeto de la casa pasaba a mejor vida (la cristalera de la cadena de música, por ejemplo). Por supuesto, la pelea se terminaba súbitamente también, si seguridad venia, es decir, los padres, aunque hubo cazadas de órdago en más de alguna ocasión. Imaginar la cara de una madre de un chico de 14 años, cuando llega a casa y encuentra a 10 descerebrados pegándose, los watios de los altavoces a máxima potencia y algún retirado sangrando como un cochino en el baño...como Mastercard diría, no tiene precio. Era curioso también, que en casa de Javi, jugamos 2 o 3 veces, y las 2 o 3 veces nos pillaron, historias de un colchón, gente desnuda y láser multicolores también tuvieron cabida allí, pero dejemos esas historias para otra vez.

La versión 2.0 se veía venir, lo que no nos imaginábamos, era que aun con 16 años (o eran ya 17?), nos encantara seguir jugando. Esta segunda parte, la bautizamos como 'ENTRADA SONIQUE'. Antes de explicar el modo de juego, contemos de nuevo sus orígenes y de donde esta basada la idea, por si algún despistado aun sigue en shock. La moda bakala estaba por todas partes, y las aperturas de nuevas discotecas no cesaban. Corría el año 2001, y, de nuevo en Leganés, abría sus puertas una sala bastante importante en el mundillo pastillero, Sonique. Aunque ya teníamos 16 años y podíamos asistir a las macrofiestas de La Cubierta, las discotecas seguían con la ley de los 18, que la verdad es que no tiene ninguna lógica (que pasa, ¿que los de 16 se van a drogar menos en una plaza de toros que en un local cerrado?). Por tanto, nuestra imaginación hacía aparición de nuevo, con ubicación, como no, en la casa de Fer. Esta vez, la cosa tenía algo más de historia y planificación, era obvio, habíamos madurado. Ya no éramos simples consumidores de narcóticos bailando, ahora pasábamos a ser de dos bandos diferentes: borrachos o drogados que intentaban entrar a la discoteca y porteros matones que harían lo imposible por permitirles dicho acceso. La entrada era la puerta de la terraza, y por supuesto la discoteca era la casa, por tanto la situación inicial era que unos cuantos hacían cola en la terraza y el resto se limitaban a pedir DNI’s de una manera algo agresiva. Había variaciones a gusto del portero, como ‘vamos a cachearle’, ‘que el moro no entre’ (teníamos un amigo árabe) o el ya famoso ‘con zapatillas ni hablar, campeón’. La dinámica difería un poco del Techno-House, pero el objetivo era el mismo, darse guantazos entre los amigos, siempre de muy buen rollo claro. Existían técnicas oscuras que consistían en dejar pasar a uno, bajar la persiana dejando a los demás fuera de juego, e inflar a ostias al pobre que había entrado. Yo siempre fui del bando cliente de la disco en este juego, es decir, de los que esperaba fuera a ser apaleado. Aunque esta versión duro poco y no tuvo un merecido éxito, probablemente porque nos hicimos mayores, y los adultos tenemos la obligación de ser más aburridos.

Todo era violecia controlada y con mucho humor, y era así como pasábamos muchas de las tardes en el barrio. ‘Asi te has quedado’ dirán algunos, pero la verdad es que de estas tonterías te sigues acordando y te hacen sonreir de vez en cuando. Y supongo que tras 10 años, esto se puede contar, porque la vergüenza tendrá fecha de caducidad como los yogures, o simplemente porque puede que haya algún incrédulo que piense que todo esto es mera ficción.

¡¡¡¡One Two One Two!!!!

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